México: El paraíso de las pesadillas

Anteriormente te habían contado sobre esto. Las noches intranquilas acompañadas de los sueños inquietos. El olor, el ruido o, en el peor de lo casos, el silencio te advierten que algo anda mal. Agudizas el oído tratando de reconocer al propietario de aquellos pasos aletargados, los cuales son acentuados por los balbuceos y palabras arrastradas que, a trompicones, brotan de unos labios que ya te han lastimado con anterioridad. Para ti es una noche más, escondiéndote bajo las sábanas, conteniendo el aliento con la vana esperanza de que te pase de largo, pero no es así. Conoces perfectamente el ritmo de los movimientos, comienza con tropiezos y termina con exaltaciones y explosiones de cristales. El velo nocturno dibuja una silueta familiar, la cual desconoces… o eso desearías.
El ritual da comienzo, la sangre brota junto con las lágrimas, la tortura proveniente de aquel ser a quien te enseñaron a amar es abrasadora. La noche es larga y tortuosa. A la mañana siguiente, casi como si hubiera sido liberado de alguna suerte de hechizo, aquel individuo se levanta, ignorante de lo acontecido, actuando como si no hubiese ocurrido nada. Aunque en el fondo sabes que es una mentira, ruegas porque sólo haya sido un mal sueño y que aquel monstruo con su familiar figura desaparezca. Todo se repetirá, porque aquel monstruo es incapaz de ver la clase de bestia en la que se ha convertido, una bestia que habita en todos los lugares del mundo, esperando a ser llamada.
Durante el siglo XVII, una mujer inglesa se atrevería a definir dos conceptos que, al día de hoy, llegan a provocar confusión: terror y horror. Ann Radcliffe, en su artículo “De lo sobrenatural en la poesía”, define que: <<El terror y el horror son tan opuestos entre sí que el primero expande el alma y despierta las facultades dormidas hacia las esferas más altas de la existencia; el otro, la contrae, la congela y la aniquila por completo>>. El terror es esa antelación a lo que pueda suceder, mientras que el horror son las consecuencias de lo sucedido.

Cada sexenio vivimos aterrados por el cambio que se avecina. No porque el cambio sea malo, todo lo contrario, es necesario para crecer y mejorar, el problema radica en que las cosas pueden cambiar para bien o pueden cambiar a peor, algo que se refleja en la llegada del “nuevo” régimen instaurado durante el sexenio de 2018. Un año lleno de promesas y esperanzas que se vieron destruidas por el horror de los actos cometidos por aquel dirigente, tan diferente en la superficie y tan profundamente igual, si no es que peor, a todos aquellos que lo precedieron. Y como cualquier monstruo proveniente de la ficción: puede cambiar de forma o cambiar su voz, pero no cambia sus actos, su sed de sangre, de corrupción y de violencia.
Lo terrorífico del asunto es que nunca vienen solos. Estos monstruos suelen venir acompañados por lacayos tan sanguinarios como ellos mismos, fascinados con la posibilidad de horrorizar a toda una nación, sabiendo que, raras veces, se atreven a defenderse. Porque cuando osan sostenerle la mirada a estas criaturas, por las atrocidades que cometen, mostrándoles así su verdadera forma, estos reculan, se esconden y se aprovechan del “poder” que les fue concedido para seguir actuando tan impunemente como hasta ahora, sembrando así semillas de horror en los inocentes. A final de cuentas nos han enseñado que, si no te mueves, el monstruo no te ve y no te comerá… Por ahora.

Sin embargo, es en este encuentro de miradas cuando los inocentes se descubren como bestias, a la vez que las bestias pierden su poder y se saben indefensos. Preferimos no encontrarnos en el otro, a sabiendas de que eso podría traer el cambio que añoramos, convirtiéndonos nosotros mismos en ese monstruo voraz, capaz de aterrar a los sucesores en el poder y hacerles saber que los vigilamos, como ellos hacen con nosotros. Nos enseñaron que la única forma de vida es a través del terror y el horror, algo que les ha servido, porque así nos mantiene alejados los unos de los otros. Esos monstruos saben que la unión hace la fuerza, les aterra ver cuando comenzamos a enfrentarlos y les horroriza que, aún heridos, castigados y flagelados; sigamos luchando.
Por años hemos creído que si los ignoramos les quitamos el poder, el inconveniente es que, cuando no son vistos son peores. Como carroñeros, acechan a los desprotegidos, a sabiendas de que no harán uso del monstruo que todos llevamos dentro, porque fuimos educados en las doctrinas del horror y del terror, de no conectar con esta parte tan “desagradable”, porque así nos haríamos notar, nos haríamos fuertes y podríamos enfrentar lo que se interponga con nuestro bienestar. Creíamos que lo peor es dar rienda suelta a lo salvaje, cuando en realidad lo peor es esconder esa parte de nosotros mismos. Aquella que existe para vivir en un mundo que desea vernos morir.

Hoy por hoy, los monstruos que “gobiernan” además de contar con sus lacayos preferidos, han encontrado entre la población un aliado silencioso. Callamos las atrocidades e injusticias que vivimos día con día y se las cobramos a los inocentes con los que compartimos la desgracia. Es ahí cuando dejamos salir al monstruo que llevamos dentro. ¿Qué podría ocurrir si, en lugar de atacarnos los unos a los otros, nos uniéramos para dar rienda suelta a nuestros deseos de destrucción, dirigiéndolos a los verdaderos responsables?
Los monstruos habitan donde son bienvenidos o se sientan cómodos. ¿Por qué deben de ser nuestros restos su cama, cuando ellos son quienes deben de servirnos a nosotros?
