El trabajo infantil en el campo, una razón a los aranceles del jitomate
Una revisión más a fondo, ahora que el gobierno de Estados Unidos busca pretextos para entrar en un virtual distanciamiento con el gobierno mexicano, se ha encontrado que el todo el sector agrícola mexicano, desde el norte hasta el sur, se encuentra afectado por la irregular práctica del trabajo infantil.

Por. J. Jesús Lemus
La imposición de aranceles del 17 por ciento al jitomate, aplicado por el gobierno del presidente Trump a las exportaciones mexicanas, no es un capricho. Tampoco tiene nada que ver con un esquema de presión al gobierno mexicano para obligarlo a reconocer el nivel de corrupción que ha logrado el narcotráfico.
La tasa compensatoria del 17 por ciento de aranceles a las exportaciones de jitomate mexicano hacia el mercado de Estados Unidos tiene una razón más poderosa. Tiene su fundamento dentro de los lineamientos del propio Tratado de Libre Comercio: es una sanción a la práctica desleal del uso de niños en el trabajo agrícola.
El TLC, entre México, Estados Unidos y Canadá, sanciona -tal como lo establece el Convenio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), aprobado en 1973- el trabajo infantil en el campo agrícola, un sector que el gobierno mexicano ha descuidado por mucho en los últimos años.
La observación del trabajo agrícola infantil ha sido reiterada desde el gobierno norteamericano en los campos agrícolas del Valle de Mexicali. Solo ese sector se había observado, tal vez por la cercanía a la frontera norteamericana.
Pero una revisión más a fondo, ahora que el gobierno de Estados Unidos busca pretextos para entrar en un virtual distanciamiento con el gobierno mexicano, se ha encontrado que el todo el sector agrícola mexicano, desde el norte hasta el sur, se encuentra afectado por la irregular práctica del trabajo infantil.

La ocupación de menores en actividades laborales irregulares en México no es una suposición. La explotación laboral infantil es una realidad que es reconocida por el mismo gobierno mexicano, a través de su organismo sociodemográfico, el INEGI.
Cada vez más niños trabajan
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en México, hasta junio del 2025, residían 28.4 millones de niñas, niños y adolescentes de 5 a 17 años, de los cuales, 3.7 millones (13.1 %) se encontraban en condición de trabajo infantil.
Los datos oficiales del gobierno mexicano reconocen que de la población infantil que participa en actividades laborales, la proporción de niñas es ligeramente mayor a la de los niños. De las niñas ocupadas, 12.5 % tenía de 5 a 9 años; 42.0 %, de 10 a 14 años, y 45.5 %, de 15 a 17 años.
La porción poblacional de los niños que trabajan, a veces en condiciones precarias tanto en seguridad e higiene laboral como salarial, se sabe que hasta junio del 2025 los niños trabajadores con edades de 15 a 17 años son el 51.0 %, los que tienen 10 a 14, son 39.3 % y los que tienen de 5 a 9 años, representan el 9.6 %.
Las cifras del INEGI reconocen que de las niñas, niños y adolescentes en situación de trabajo infantil, 48.6 % se desempeñan en ocupaciones no permitidas; 42.9 %, en quehaceres domésticos en condiciones no adecuadas y 8.5 %, en ambos tipos de actividades.
El mayor porcentaje de niños en trabajo infantil están en ocupación no permitida, con 58.8 por ciento. Le siguieron los quehaceres domésticos en condiciones no adecuadas, con 31.7 %; en cambio, 59.7 % de las niñas realizaba quehaceres domésticos en condiciones no adecuadas y 33.2 % estaba activa solo en alguna ocupación no permitida.
La mayor cantidad de niños que trabajan en México, sin las condiciones ni salarios adecuados, se ubican dentro del sector agrícola y pecuario, en donde se ocupan el 33 por ciento de los menores, los que en su mayoría trabajan para ayudar al sostenimiento de sus familias.
El campo, con mano de obra infantil
Ariel hace apenas dos semanas que cumplió los 11 años. Es vecino de Ecuandureo, en el bajío michoacano, y desde hace cinco años trabaja en el campo. Ayuda para sostener a la familia. Trabaja al lado de su padre y su madre y juntos al día tienen ingresos de 900 pesos.

Ariel solo gana 200 pesos al día, aun cuando las jornadas laborales son de ocho horas, igual a las de su padre y su madre, los que tienen un salario, cada uno, de 350 pesos al día. Ariel no sabe porque razón le pagan menos que a su padre o su madre, si él mismo reconoce que trabajan al mismo ritmo.
-A veces, hasta levantó más rápido y más cebolla que mi papá -dice, sin entender la razón de su exportación laboral.
El sabe que es así. Ariel entiende que los niños jornaleros, aunque trabajan a la par que los adultos, casi siempre se les pagan salarios inferiores. Es casi una cuestión cultural, que no por ello deja de ser explotación, y consecuentemente un delito.
A sus 11 años, Ariel no deja de soñar. Dice -y lo dice convencido- que su empleo actual (en el corte de cebolla) no va a ser para toda la vida. Él tiene un sueño. Quiere emigrar de Ecuandureo y probar suerte en otro empleo.
Dice que el trabajo en el campo es matado, luego se soba una rodilla como si el recuerdo del cansancio hiciera que le reconociera el cuerpo. Se soba el codo de la mano izquierda y se le va el pensamiento. Siguen diciendo -en voz más quedita- que le gustaría trabajar en otra cosa.
Ariel sueña con viajar a una ciudad de más al norte. Dice que piensa en Guadalajara o en Tijuana, en donde le gustaría comenzar a trabajar “en eso de las computadoras”. No tiene computadora. Usa un celular. En las tardes cuando sale a trabajar, con su celular navega en internet, y allí es donde ha visto que la reparación de computadoras es un buen trabajo.
Él quiere dejar el trabajo en el campo, pero sabe que por lo pronto no será posible. En su casa hay muchas necesidades y el salario de sus padres no alcanza para sostener a los tres hermanos menores que se quedan en casa cuando él, su padre y su madre salen a trabajar.

Ariel tiene 11 años, los cuates tienen cinco y el menor tiene tres. Aun no es tiempo que trabajen, dice, como si fuera un destino ineludible y temprano para sus hermanos. La realidad es la que le obliga a pensar así. Todos los niños del barrio en donde vive, que tienen más de siete años, se emplean en las labores agrícolas del valle de Ecuandureo-Yurécuaro.
Una realidad ineludible
En el Valle agrícola de Yurécuaro, en donde no hay divisiones ni límites geográficos con los fértiles campos de Tanhuato, La Piedad, Ecuandureo y Vista Hermosa, se nota la pujanza económica. Es una región jitomatera por excelencia.
Esta es la segunda zona productora de jitomate mas importante del país, superada solo por la zona de Culiacán, en Sinaloa. Aquí, en el Valle de Yurécuaro se siembran más de 2 mil hectáreas de jitomate, que sumadas a otras 4 mil hectáreas de otras regiones de Michoacán hacen que esta entidad se alce como el segundo estado productor de jitomate.
En el Valle de Yurécuaro no solo se produce jitomate. también es epicentro nacional en la producción de chile en sus diversas variedades, cebolla, lechuga, y otras verduras y hortalizas, que colocan a esta región como una de las zonas económicas mas importantes del país y de las más beneficiadas con el Tratado de Libre Comercio.
Frente a ello, una realidad ineludible: parte de la grandeza económica que reviste esta zona se finca en el trabajo laboral infantil. No hay una estadística oficial, pero se observa a simple vista: por cada 10 trabajadores activos en el campo, por lo menos hay tres menores de edad que están trabajando jornadas de adulto.
La presencia de menores en el trabajo agrícola es innegable. En todos los cultivos a cielo abierto se observa la mano de obra de los niños. Pero su presencia es invisible para la autoridad laboral federal.
En ninguna parte de los informes de la Secretaría del Trabajo se habla de la mano de obra infantil, aun cuando dicha fuerza laboral es fundamental para las siembras de todos los cultivos de verduras, granos y hortalizas. El jitomate, al menos en el campo abierto, no es la excepción.
En los cultivos de jitomate a cielo abierto, aquellos que no están en los invernaderos o túneles de protección, la presencia de la mano de obra infantil no se puede negar, y con ello las carencias económicas y la falta de seguridad en el empleo.
Esta realidad no la ha querido reconocer el gobierno federal mexicano, y por ello, el gobierno norteamericano, aludiendo los convenios de la Organización Internacional del Trabajo, trata de frenar la mano de obra infantil explotada, mediante la aplicación de aranceles del 17 por ciento a uno de los productos más importantes en la producción rural mexicana, el jitomate.
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