El Tren de Ímuris, una obra millonaria que no va a ninguna parte

Por. J. Jesús Lemus
Ímuris, Sonora – En un país donde cada inauguración de obra pública era televisada, tuiteada o convertida en evento nacional durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, hay una obra que nadie quiso presumir: el Tren de Ímuris.
Ese tren es una construcción ferroviaria multimillonaria, surgida en el silencio burocrático de la 4T, que ha despertado serias dudas por su funcionalidad, su costo y, sobre todo, por el misterio que la rodea.
Es un tren que sale de ningún lado y va a ninguna parte. Solo tiene sentido su construcción si se piensa en un proyecto minero a futuro en la zona norte del estado de Sonora, en donde la disputa por las tierras con altos contenidos de litio se sigue dando entre los grupos del crimen organizado.
En esa parte del norte de Sonora, el llamado Tren de Ímuris solo tiene sentido si se considera parte de un plan secreto del gobierno Federal que pretende comunicar un sistema de carga desde lo que será la próxima zona minera de litio comunicada con el sur de Estados Unidos.
¿Qué es el Tren de Ímuris?
Se trata de un tramo ferroviario de aproximadamente 12 kilómetros ubicado en las inmediaciones del municipio de Ímuris, en el norte de Sonora. La obra fue proyectada como una “conexión estratégica” para desviar rutas de carga del Ferrocarril Mexicano (Ferromex), presuntamente para descongestionar líneas en dirección a Nogales. La inversión, según datos oficiales del Fondo Nacional de Infraestructura (FONADIN), superó los 2 mil millones de pesos.
Pero a pesar de la cuantiosa inversión, lo curioso es que esta obra ferrovisaria no conecta con ningún nodo industrial de relevancia, no atraviesa zonas urbanas importantes, ni se integra con la red nacional de transporte de pasajeros o mercancías. En otras palabras, es un tren que no comunica nada.
Silencio en medio del estruendo
Durante el sexenio de AMLO, caracterizado por la hiper comunicación gubernamental —donde se promovieron hasta caminos rurales en conferencias matutinas—, el Tren de Ímuris no fue mencionado ni una sola vez en las “mañaneras”, tampoco apareció en las giras del entonces presidente a Sonora, ni se le dio cobertura mediática federal.
Fuentes al interior de la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes (SICT) revelaron que el proyecto fue etiquetado como “obra de interés estratégico” y manejado bajo discreción con participación de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en ciertas fases de licitación y construcción. La opacidad alimenta sospechas.
¿Para quién se construyó?
La línea, aunque inútil a simple vista, parece tener un beneficiario claro: Ferromex, la principal empresa ferroviaria del país, propiedad de Grupo México, del magnate Germán Larrea.
El nuevo tramo permite desviar trenes de carga pesada por una vía paralela, posiblemente para acortar rutas o reducir costos logísticos. Sin embargo, hasta ahora no hay un estudio público que justifique su rentabilidad social o económica.
Críticas desde lo local
Las comunidades cercanas, como Ímuris y Magdalena de Kino, ni siquiera fueron consultadas durante el proceso de construcción. La población no reporta mejoras económicas derivadas de la obra. “Solo vimos llegar maquinaria, soldados y luego una vía que no usamos ni entendemos para qué sirve”, comenta Mariana Vega, comerciante local.
Organizaciones civiles han pedido una auditoría a profundidad, especialmente porque se trata de recursos públicos usados en un proyecto que claramente favorece a un privado y no al interés común.
¿Un tren fantasma?
En este momento, el Tren de Ímuris no transporta pasajeros, ni se integra a la Red Nacional de Pasajeros, tampoco aparece en los planes de expansión ferroviaria de la nueva administración federal. Su operación se limita al uso esporádico por parte de Ferromex para trenes de carga.
La Auditoría Superior de la Federación (ASF) ya investiga contratos, licitaciones y permisos relacionados. Legisladores de oposición lo han calificado como “otro capricho sexenal opaco”, mientras que algunos analistas temen que sea solo una pieza más del entramado de favores a empresarios afines al poder.
Por lo anterior, solo resalta que el Tren de Ímuris se construyó en silencio, sin consulta pública, con dinero de todos, y sin beneficios visibles. En una administración que presumía hasta el último metro de concreto, esta obra parece haber sido diseñada para no ser vista, ni cuestionada.
La gran pregunta que queda en el aire es: ¿por qué se invirtieron miles de millones en un tren que no lleva a ningún lado?