Periodistas: una mirada y homenaje al peligroso oficio de informar

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Escribir cada línea como si fuera la última, pues nunca sabemos cuándo será así en este violento oficio de escribir, como lo denominó el periodista argentino Rodolfo Walsh, quien también sirve como terrible ejemplo de lo que Periodistas, obra dirigida por Anaid Castelán, busca reflejar: una crisis en el periodismo de México, una que conlleva la generación del miedo, del terror y de las múltiples maneras que existen de silenciar a la prensa.

En un contexto donde la presidenta Claudia Sheinbaum insiste en que la censura se ha convertido en cosa del pasado, es sumamente necesario recordar que, en lo que va del sexenio, han ocurrido por lo menos nueve asesinatos de periodistas en territorio nacional, por no hablar de las amenazas y agresiones físicas y verbales sufridas por muchas y muchos colegas.

Con una actuación cruda, realista y estudiada al detalle, Erick Jiménez, en un monólogo desgarrador, da voz a los espíritus de activistas y periodistas víctimas de la violencia del Estado, como Samir Flores o J. Jesús Lemus, periodista responsable de la investigación vertida en Los días de la ira, de la que se desprende esta adaptación.

La interpretación de Erick estremece con la realidad que ha convertido a México en uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo. Cada grieta en la libertad de información, provocada por la violencia en todas sus formas que recae en la prensa, se dibuja en las expresiones, entonaciones y lágrimas que el actor dedica en este más que homenaje para reporteros, activistas y periodistas.

Erick cuenta a este medio que lo más difícil al momento de interpretar a Jesús, protagonista de este monólogo, ha sido darle el carácter que merece al activismo y al periodismo: el respeto que provoca la lucha constante por defender la libertad de informar y evitar que todos aquellos males que reinan en la nación se apoderen, sin resistencia, de lo poco que como mexicanos poseemos. Sin embargo, es una realidad que en la actuación de Erick no queda ninguna duda del compromiso que el actor puso con quienes han entregado su vida para informar y comunicar.

El corazón se marchita cuando, al son de El reportero de Los Tigres del Norte, Anaid nos recuerda que, aunque uno sea “reportero y escriba tan solo lo que ha pasado”, siempre existe la posibilidad de ser perseguido solo por haber “escrito en la prensa las mañas de un presidente”, como narra el corrido.

Todo ocurre mientras el personaje de Jesús se aferra a lo único que, en el infierno de la prisión, le ayuda a mantener su dignidad y su cordura: el periodismo, la prensa, el papel periódico que nutre el conocimiento de la población y que no permite que el gobierno imponga su ambición sin freno; una voz que, por más que busquen enterrar, se fortalece.

El miedo que pretende sembrar el gobierno se refleja en la esencia de la obra, en el dolor de los gritos, de la indignación y de la sorpresa que el público siente cuando se entera de la realidad agresiva que significa querer, muchas veces más que nadie, informar a los ciudadanos, por su bien y por el bien de la sociedad y del mundo.

Personalmente, como reportero, es difícil no quebrar la voz y afrontar con lágrimas lo que muchos compañeros ya han sufrido y que muchos más, lamentablemente, pueden o podemos sufrir, pues como bien dice Jesús al principio de la obra: “Todos tenemos una bala con nuestro nombre, solo falta saber quién la va a disparar”.

Otra de las cosas esenciales representadas es la manera de definir el actuar del periodista frente a la escritura y frente a la investigación, en palabras que, afortunadamente, he podido escuchar directamente del autor de Los días de la ira y que han sido una de mis enseñanzas más importantes: “En el periodismo, uno debe investigar con la fiereza de un león y escribir con la gracia y agilidad de un halcón”. 

Recordando siempre que no sabemos cuándo nos enfrentaremos a aquella bala con nuestro nombre y que la tinta que circula por nuestras venas salga a manchar, con la insignia de la injusticia y la irresponsabilidad, al gobierno de cualquier partido y de cualquier color, pues en México el periodismo jamás ha sido del agrado del poder y, por tanto, se busca silenciarlo a balazos, con intimidación o, incluso, con la cobardía de funcionarios que amenazan a familiares, todo con el objetivo de esconder la terrible realidad.

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