Las Estatutas no sienten, los habitantes sí

Si se quitan las estatuas del Che Guevara y Fidel Castro del Parque Tabacalera, no queda nada, queda un parque sucio, lleno de mendigos, basura, orines, caca de perro, prostitutas y viciosos, gobernado por una dictadora ignorante y vengativa
Por. Nora Villegas
Ciudad de México.- Cuesta trabajo creer que alguien que ocupa un cargo como alcaldesa de la Cuauhtémoc, una de las demarcaciones más importantes de la Ciudad de México, mujer joven de apenas 39 años, que ha tenido acceso a una de las mejores escuelas privadas para instruirse, pues es licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana, hija de los empresarios Martín Rojo de la Vega y Mónica Piccolo y con un hermano influencer, asegure que una estatua sirva para rendir homenaje a un “régimen dictatorial” (léase dictatorial atropelladamente).
De forma “dictatorial” la alcaldesa decidió que se quitaran las estatuas del Che Guevara y de Fidel Castro porque, entre otras razones, consideró que estaban puestas ahí por un capricho de Ricardo Monreal, ex delegado en la Cuauhtémoc, consideró que habían sido puestas violando la ley de monumentos históricos, consideró que a los vecinos les gustaría sentarse libremente en la banca que ocupaban las esculturas, consideró que solo un pequeño grupo de comunistas le gustaría que estuvieran ahí, en fin, Alessandra Rojo de la Vega consideró que era mejor quitar las estatuas de su lugar y, sin preguntar a nadie, las quitó.
Rojo de la Vega llamó a Fidel Castro y al Che Guevara “esos que hablaban de igualdad, pero que vivían como reyes, esos mismos que predicaban libertad, pero que callaban a balazos”, cuando la misma Alessandra Rojo de la Vega olvida que ella también ha vivido como reina y se ha definido como “activista”, “feminista”, “ecologista”, entre otras cualidades y funciones sociales y a favor de las mayorías, que dice que tiene, pero cuando se trata de declarar patrimonialmente sus empresas, cuentas y propiedades, las omite, no las declara.
Algunos periodistas señalaron el año pasado, que tanto su padre, madre, hermanos y la misma Alessandra, han sido poco transparentes en cuanto a las empresas que dicen manejar, empresas que a veces desaparecen y aparecen con otros nombres, incluso, existen empresas en las que Rojo de la Vega participa como socia y de las cuales, siendo funcionaria del gobierno, no reportó.
En un alarde de ignorancia y soberbia, Rojo de la Vega aseguró que subastaría las estatuas “para que los comunistas de clóset pudieran tener a sus ídolos en sus casas”, dijo también que “el espacio público es para vivir (y yo digo: lo que quiera que esto signifique en un parque sucio e inseguro), no para rendirle culto a la opresión”, refiriéndose a la ideología política de quienes encarnaron las estatuas de los guerrilleros.
El discurso en redes que la alcaldesa de Cuauhtémoc pronunció en contra de las estatuas del Che Guevara y Fidel Castro, (léase de nuevo y lentamente “discurso en contra de unas estatuas”) terminó en una pataleta reprochante, casi de niña caprichosa (y dicho sea de paso, insoportable al oído), en contra del presupuesto asignado a la Alcaldía Cuauhtémoc, en contra de la “austeridad revolucionaria” (sic) y en la exigencia de que los “dictadores, comunistas, asesinos, violadores de derechos humanos, paguen por las estatuas y no los vecinos, ¿se referirá a los vecinos del parque Tabacalera o a sus vecinos de la Miguel Hidalgo, donde ella vive?.
Las esculturas permiten reconstruir la memoria, dar significado a los valores políticos y sociales a lo largo del tiempo. Atesorar una estatua nos permite asociar eventos y costumbres para romper tabúes modernos, modelos de pensamiento, evolucionar.
Si mi padre hiciera que quitara la figura del Quijote que tengo encima de mi escritorio, por considerarlo “loco”, se acabaría la creatividad y la posibilidad de acercarme a su obra, a la lectura y a la locura.
Si cualquier gobernante quita las estatuas, no hay historia, no hay memoria, ni referente. Sin Ernesto Guevara y Fidel Castro, en el parque Tabacalera no queda nada, queda un espacio público descuidado, sucio, lleno de mendigos, basura, orines, caca de perro, prostitutas y viciosos, porque el parque, como muchos o todos los de la colonia Tabacalera y los de la Alacaldía Cuauhtémoc, son es eso, un foco de infección, un sucio muladar.
Para “vivir” un hermoso espacio público hay que tomar el ineficiente Metrobús (en caso de que esté funcionando) para ir a otra demarcación, a la Miguel Hidalgo o a la Benito Juárez, en donde habitan gente de primera, gente de varo, en donde también hay estatuas y de la mayoría de ellas, los habitantes de la CDMX sabemos poco o nada.
Quitaron la estatua de Cristóbal Colón y con ella se llevaron a guardar a una sucia bodega un depósito de la memoria colectiva, parte importante de lo que somos y de lo que ya no somos.
Llamarle “ídolos” a las estatuas es tan aberrante, como adjudicarles poderes mágicos, sobrenaturales y eso solamente lo ha hecho la iglesia para dominar, oprimir y manipular a sus seguidores. Mantener las estatuas en los espacios públicos, es mantener viva la historia ¡Regresen a los barbones!