La extraña muerte de la periodista Selene Hernandez
El miedo, derivado del destierro, la amenaza, la persecución y a veces de la investigación periodística misma, “generan en el individuo patologías psicológicas como la esquizofrenia, paranoia, depresión, ansiedad y el estrés, que muchas veces son detonantes del suicidio”, señala la criminalista Estela Dalhet Téllez Pérez


En el periodismo no siempre son las balas de los delincuentes las que matan a los comunicadores. Hay muchas formas de morir a manos del crimen organizado, mismas que no son consideradas por los “calificadores” de las muertes de periodistas;
El miedo, derivado del destierro, la amenaza, la persecución y a veces de la investigación periodística misma, “generan en el individuo patologías psicológicas como la esquizofrenia, paranoia, depresión, ansiedad y el estrés, que muchas veces son detonantes del suicidio”, señala la criminalista Estela Dalhet Téllez Pérez.
Esta misma criminologa que reconoce que particularmente entre el gremio periodístico los padecimientos psicológicos son considerados como de alta incidencia y son un efecto del trabajo de investigación, los que también llevan a conductas erráticas del individuo que pueden desencadenar o facilitar hechos de muerte relacionados con adicciones y violencia.
Pero este razonamiento no cabe en la oblicua visión de los “calificadores” de muertes de periodistas, donde necesariamente tienen que converger al menos tres directrices para que la muerte de un comunicador sea considerada como consecuencia de su trabajo: deben existir amenazas previas, un ejecutor material distinto a la víctima y que la víctima haya tenido un historial de vida ejemplar, sobretodo ajeno a la corrupción.
Si estas tres líneas no coinciden, entonces se descalifica el homicidio en razón del periodismo. Por eso los suicidios de algunos comunicadores no están considerados como atentados al periodismo, aunque muchos de ellos hayan sido a causa directa de la labor informativa.
Uno de los ejemplos de victimas del periodismo que no han sido reconocidas como tales, solo porque su muerte fue ejecutada mediante el suicidio, es el de la periodista Selene Hernández León, encontrada muerta el 27 de octubre del 2010, en una habitación del hotel Colonial de la ciudad de Toluca.
Este caso fue desestimado por la CNDH, la PGR, RSF y Artículo 19, porque a simple vista se trató de un suicidio. La procuraduría de Justicia del Estado de México, fue más allá.
Dijo que la víctima había resultado muerta al participar en una orgía sexual. Esta versión no solo se hizo con la intención de descreditar el motivo de la muerte, sino de ensuciar la reputación social de la periodista.
Pero los que los “especialistas” de la investigación no investigaron es lo que revela la periodista Verónica Galicia: que la muerte de Selene Hernández León si bien no fue ejecutada por un agresor del crimen organizado, sí fue resultado de un padecimiento mental que se desencadenó a partir de la conclusión de dos trabajos de investigación periodística que realizó, en donde develó información que ella sabía la colocaba en riesgo de muerte, por todo lo que había descubierto y que tocaba los intereses del entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto.
Selene Hernández, cuenta la periodista Verónica Galicia, se avecindó en Toluca cuando apenas tenía 18 años. Unió su vida a la del también periodista Miguel Alvarado. “Era una voraz, informada”, que organizaba tertulias literarias con sus compañeros universitarios cuando apenas cursaba la carrera de Sociología en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), en donde a todos los que la tocaban motivaba siempre a la lectura y a la investigación. Se inició en la fotografía, el dibujo y el diseño a la par que comenzó a explorar el mundo del periodismo.
Selene –dice Verónica Galicia- se inició como reportera en el periódico Cambio, donde cubría la fuente de Cultura, después política y otros temas relacionados con la administración municipal. Pero pronto se estrelló con la realidad que priva en el periodismo de todo el país: la falta de seguridad social y la incertidumbre salarial, la llevaron a crear su propio proyecto periodístico. Al lado de su compañero de vida, Miguel Alvarado, puso en marcha el semanario Nuestro Tiempo, con el que se adentró en el trabajo de investigación tocando temas de corrupción, impunidad y violencia.
De tal nivel era el trabajo informativo de investigación que difundía en el semanario Nuestro Tiempo, que Selene Hernández fue invitada por el periodistas Francisco Cruz a participar en una investigación que fue publicada en el libro “Negocios de Familia” Biografía no Autorizada de Enrique Peña Nieto y el Grupo Atlacomulco (Booket 2009), donde contribuyó a la exposición sobre las redes de poder que han permitido la permanencia del gobierno del Estado de México en manos de un grupo de familias, descendientes de Isidro Favela Medrano, a través de la conformación del llamado Grupo Atlacomulco, entre las que se encuentra la familia de Enrique Peña Nieto.
Ese no fue el único trabajo que Selene Hernández hizo al lado del periodista Francisco Cruz Jiménez, refiere Verónica Galicia. Ella también estuvo en la investigación que ya no pudo ver publicada en el libro Tierra Narca (Booket 2012), donde contribuyó a desenmarañar las causas y consecuencias de la llegada y crecimiento de los carteles del narcotráfico al Estado de México. “Los datos que recabó la situaron ante los grupos criminales, los asesinatos y la impunidad”, refiere Verónica Galicia, quien considera que fue a partir de toda la información que fue develando para estos dos trabajos, que Selene Hernández se comenzó a ver afectada en su salud emocional.
Entre todo lo que Selene descubrió y que le afectó emocionalmente, considera Verónica Galicia, lo más escabroso pudo haber sido la relación entre el entonces delegado de la PGR en el Estado de México, José Manzur Ocaña y el cartel de Los Zetas, y un expediente con la trascripción de una llamada telefónica entre un narcotraficante y un funcionario de la PGR, donde se hablaba del asesinato en Veracruz de cuatro de los escoltas que cuidaban a Mónica Pretelini, esposa de Enrique Peña Nieto, y sus hijos.
A partir de ese momento Selene ya no fue la misma. La información le causó tal impacto –por el miedo a ser víctima de un atentado- que comenzó a desarrollar esquizofrenia y paranoia, cuyas alteraciones de conducta la obligaron a someterse a un tratamiento psiquiátrico del que ya no pudo salir. “Se enfermó de miedo. Aseguraba que estaba vigilada. Que en su casa había cámara y micrófonos que la vigilaban de manera constante. Por eso tomaba pastillas”, dice convencida Verónica Galicia, a lo que se agregan los resultados de la necropsia que le practicó la Procuraduría de Justicia del Estado de México, en donde se revela que la muerte fue por ahorcamiento y que se registró una alta concentración de barbitúricos en la sangre de la periodista, que fue encontrada muerta en el cuarto de un hotel de Toluca, el 27 de octubre del 2010.
Pero a pesar de esto, nunca hubo una investigación que fuera más allá de las causas inmediatas de la muerte de la periodista. Todo se en enmarcó en un suicidio, sin tomar en cuenta las razone que llevaron a la víctima a tomar esa decisión. Las organizaciones “defensoras de los derechos de los periodistas” que conocieron el caso, RSF y Artículo 19, no hicieron el mínimo intento por considerar que detrás del suicidio había una razón poderosa que tenía que ver con el trabajo periodístico de Selene Hernández, solo se limitaron a aceptar sus propios atavismos y la versión oficial de la Procuraduría del Estado, con lo que su asesinato fue sepultado junto con ella en la impunidad.