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¡Buenas noches!-dijo, y echó a caminar. Luego, como si recordara algo, se volvió hacia Montag y lo miró con curiosidad y asombro-. ¿Es usted feliz?- le preguntó.

Peio Aguirre, en el prólogo a la obra de Mark Fisher: “Realismo Capitalista: ¿No hay alternativa?” menciona que una de las posibilidades por las cuales las juventudes actuales sufren de problemas en la memoria, considerando que la obra se publicó por primera vez en 2009, se deba a una posible parálisis temporal debido a la sensación de estar viviendo el mismo día una y otra vez.

Lo que nos lleva a comprender el por qué, en muchas ocasiones, la gente prefiere vivir en un perpetuo estado de adormecimiento inducido por las múltiples sustancias que hay a nuestra disposición.

En ocasiones, una pregunta sencilla es suficiente para provocar que las creencias de cualquier ser humano se desmoronen. En la cita de apertura, el protagonista Guy Montag, de la novela de Ray Bradbury: Fahrenheit 451, se ve confrontado por una adolescente Clarisse McClellan que, contrario a lo que se acostumbra en su mundo, se encuentra cuestionando, contemplando y hablando con todo lo que le rodea y le sea posible. Y es con esa simple pregunta <<¿Es usted feliz?>> que el mundo en el que vive Montag se desmorona ante sus ojos. Cuestionando si todo lo que ha hecho, por todo lo que ha trabajado y con quien ha “compartido su vida” realmente significan algo.

En la siguiente escena observamos como la esposa de Guy —Mildred— está privada de toda sensación posible. Encerrada en un mundo ficticio auxiliada por las “conchas de oído”, que son audífonos; mientras su mirada fija en el techo le permite imaginar miles de lugares mejores a ése… Ayudada por el pincel de los somníferos, al menos los suficientes como para tener que ser intervenida debido a la posibilidad de una intoxicación. Pero nada de esto parece importarle en lo mínimo, ya que al día siguiente se levanta diciendo que ha tenido uno de sus mejores sueños, sin recordar nada más que la idea de tener su cuarta pared-pantalla. Algo que sólo se lograría si Montag usara una tercera parte de su salario anual.

Como bien menciona el conjunto uruguayo Cuarteto de Nos en su canción Mario Neta, muchas veces preferimos llenar el silencio con ruido, no porque lo necesitemos, sino porque queremos, por cualquier medio posible, callar nuestros pensamientos. Aquellos pensamientos que —en ocasiones— nos hacen cuestionar todo lo que hacemos, muy al estilo de Clarisse. Tal vez, la razón por la que nos encanta usar esas “conchas de oído” es porque evita que esa Clarisse que habita en nuestro cerebro se atreva a preguntar aquella fatídica pregunta… ¿Eres feliz?

Y, genuinamente, pareciera difícil, si no es que imposible, responder con un contundente “SÍ”, siendo que la situación mundial nos demuestra que pendemos de un hilo, el cual está tensado por manos incompetentes, prepotentes y al servicio de un dios que, obviamente, no es remotamente humano. Un dios que se alimenta de la sangre de los inocentes para enriquecer a esos pocos enfermos que lo único que anhelan es la posibilidad de tener o adquirir más de lo que les es humanamente necesario. Y dentro de nuestro territorio no somos ajenos a este desfile de violencia, el cual, cada vez que es señalado por aquellos valientes dispuestos a sacrificarlo todo por un bien mayor son silenciados en nombre de una “paz” claramente inexistente.

Retomando a Fisher, quien opta por citar a Badiou; nos recuerda que una de las tácticas comunes en los discursos autoritarios es la de tener “referencias” o “puntos de comparación” que nos “hacen quedar mejor parados”. Es decir, dentro de la lógica de dichos discursos se menciona que: sí, en México hay violencia, pero (que pareciera ser la palabra clave, aquella que niega todo lo que se vive) no estamos siendo bombardeados por drones (sólo estamos viviendo desplazamientos forzados por connacionales, secuestros, asesinatos y amedrentamientos, sin drones, eso sí).

Ante esta hiper-realidad (algo que podríamos definir como aquello que va más allá de la realidad) sólo nos queda poder vivir y ser en la realidad. Detenernos por un segundo a contemplar en el momento y el lugar en el que nos encontramos viviendo. Conectar con aquellos que, sin saberlo, se encuentran en una situación de desgracia similar a la propia. Tal vez, al silenciar todo el ruido que las pantallas nos repiten a diario podamos escuchar lo que el mundo que nos rodea quiere decirnos, tal vez podamos escuchar a esa Clarisse que habita en todos nosotros, cuestionando la vida, si es que al yugo en el que nos mantienen puede llamarse vida; a sabiendas de que es posible un mejor mundo, porque: ellos tendrán las fábricas, pero nosotros tenemos el poder.

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