El asesinato del Cardenal Posadas, de esos casos que el Estado olvidó

La Rana fue detenido el 10 de marzo del 2001, en la ciudad de Tijuana, pero hasta 10 meses después se descubrió que bajo el nombre de Carlos Durán Montoya se encontraba la personalidad de Humberto Rodríguez Bañuelos, el que ya era buscado por el gobierno mexicano, por su probable responsabilidad en la muerte del Cardenal

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A más de 31 años de distancia, uno de los crímenes más llorados cometido en México, no ha podido ser resuelto: el asesinado del Cardenal Juan Jesus Posadas Ocampo, sigue envuelto entre las dudas sobre los motivos y el sospechoso burocratismo con el que se han llevado las investigaciones judiciales. El único hombre acusado de ese asesinato, que estaba a la espera de una sentencia en una celda de la cárcel de Puente Grande, ha muerto.

Humberto Rodríguez Bañuelos, apodado La Rana, un comandante de la Policía Ministerial de Sinaloa, acusado de ser el autor material del asesinato, murió purgando una sentencia de 37 años de prisión, pero es por el homicidio de otra persona; por la muerte del Cardenal Posadas, el Estado Mexicano se vio imposibilitado para emitir un veredicto final.

La Rana fue detenido el 10 de marzo del 2001, en la ciudad de Tijuana, pero hasta 10 meses después se descubrió que bajo el nombre de Carlos Durán Montoya se encontraba la personalidad de Humberto Rodríguez Bañuelos, el que ya era buscado por el gobierno mexicano, por su probable responsabilidad en la muerte del Cardenal.

La Rana -que siempre negó oficialmente toda responsabilidad en los hechos atribuidos-, estaba recluido en una celda del módulo VI del área de sentenciados de la cárcel federa de Puente Grande. Allí murió. A la espera de la sentencia definitiva del caso; el proceso penal 232/2012-A que se ventila en el Juzgado Penal Quinto del estado de Jalisco. El caso se cerró desde hace dos años, pero desde entonces, ya sin presunto responsable, el juzgador sigue estudiando la resolución final del histórico asesinato.

Al cardenal de Guadalajara lo asesinaron a las 15:45 horas del 23 de mayo de 1993. Su cuerpo presentaba 14 disparos de arma larga, “todos realizados a menos de un metro de distancia”, según el parte forense firmado por el doctor Mario Rivas Souza. Pese a ello, el Estado Mexicano emitió la hipótesis de que el prelado quedó en medio de fuego cruzado, y fue confundido en la balacera, entre dos bandas de narcotraficantes.

En el argumento oficial, el Cardenal Posadas Ocampo habría sido confundido, por sicarios del cartel de Tijuana, con Joaquín El Chapo Guzmán, quien habría acudido al estacionamiento del aeropuerto de la ciudad de Guadalajara para encarar a sus enemigos, los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix, quienes no repararon en la vestimenta sacerdotal de la víctima.

La “Teoría de la Confusión”, que esgrimió hasta el día de su muerte el entonces Procurador General de la República, Jorge Carpizo McGregor, se ha hecho añicos frente a las declaraciones ministeriales hechas por Benjamín Arellano Félix, quien deposó en el penal de Almoloya, en marzo del 2011, que Rodolfo León Aragón, El Chino, entonces jefe de la Policía Judicial Federal (PJF), reconoció  que el cartel de Tijuana no había matado al cardenal, “no fueron ustedes, fuimos nosotros”, reconoció el comandante de la PJF.

Una semana después de la declaración de Benjamín Arellano Félix, quien señaló ante un juez federal tener más nombres de funcionarios federales relacionados con la muerte del Cardenal, pero que se los reservaba para posterior ocasión, el jefe del cartel de Tijuana fue enviado en extradición hacia una prisión federal en el estado de Florida, en Estado Unidos.

A lo anterior se suma lo que se expone en los expedientes que sobre el caso ha copilado la Arquidiócesis de Guadalajara, en donde resalta la misteriosa presencia de elementos de la PJF en el estacionamiento del aeropuerto de la capital de Jalisco, apenas unos minutos antes de que se diera el homicidio.

En manos de la Iglesia Católica de Jalisco obran las bitácoras de vuelo del 24 de mayo de 1993, las que revelan que a las 14:45 del día de los hechos, arribó al aeropuerto “Miguel Hidalgo” de Guadalajara una aeronave de la PGR, de donde descendieron siete personas. La aeronave despegó media hora después y estuvo de regreso cuatro horas más tarde, retornando con funcionarios de la PGR que se hicieron cargo de las investigaciones del asesinato que ya había ocurrido.

Historia tras las rejas

Con sus 72 años a cuestas, Humberto Rodríguez Bañuelos ya era un anciano en prisión; la cárcel se lo había comido. En Julio próximo cumplirá 24 años de estar recluido en la cárcel federal de Puente Grande, en donde su salud se fue a menos: tenía problemas de hipertensión, padecía de diabetes y a veces el reumatismo le impedía sostenerse en pie.

Pero era un romántico empedernido. Mediante el correo sostenía amoríos virtuales con al menos una docena de mujeres. Les enviaba poesías de su propia inspiración. Componía canciones. Dibujaba al óleo y siempre estaba a la escucha de los programas de radio en donde se enlaza a “los corazones solitarios”. Acababa de contraer nupcias con la única mujer que lo ha visitado en los últimos tres años.

Él era el acusado por el gobierno federal de ser el asesino material del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. Pero todo lo negó en las actuaciones judiciales a las que había comparecido en los últimos años: “fue el gobierno el que mató al cardenal”, fue su principal argumento ante el Juez de la causa. A la fecha, el ministerio público no le ha podido demostrar lo contrario.

El argumento de que “fue el Estado el que mató al Cardenal Posadas”, le reditúo a La Rana. En el 2005, de acuerdo a lo establecido en el Toca Judicial 1292/2004, el Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco, le concedió la razón de que había irregularidades en la investigación del asesinato, por ello se ordenó la reposición completa del proceso.

Lo más evidente de la manipulación de la investigación, argumentó la defensa de Humberto Rodríguez, fue que el expediente aparecen declaraciones de dos personas que fueron interrogadas por un mismo agente del ministerio público en lugares distintos, pero en el mismo día y a la misma hora. Las conclusiones que se hacen sobre el asesinato, ni siquiera están fundamentadas. Por eso La Rana, estaba seguro de que la sentencia, cuando se dictara, le habrá de favorecer.

Mientras, trataba de diluir los días de su prisión: jugaba al ajedrez lo jueves y sábados. Los domingos trataba de caminar a paso lento por el patio en donde caminaba despacio, sujeto al bastón que le impide dar traspiés a causa del reumatismo. Su mayor afición era esperar que lleguara el “día de tienda” para comprar las galletas de avena que tanto le gustaban, porque le ayudaban a lidiar con el problema gástrico derivado del “bypass” que tenía desde que estaba en libertad.

Allí, en el interior de la cárcel de Puente Grande, Humberto Rodríguez Bañuelos, para ganar un poco de respeto entre la población penitenciaria, blofeaba, alardeaba –o tal vez decía la verdad-, aseguraba sin tapujos que él era el autor material de la muerte del Cardenal. Hasta decía los motivos por los que dio muerte al prelado: fue una orden del gobierno federal, porque el cardenal traficaba con armas. Eso hacía que el resto de los presos lo vieran con respeto. Pero eso no era lo que oficialmente y públicamente reconocía La Rana.

Humberto Rodríguez Bañuelos escribió sendas cartas a los recientes tres jefes de la Iglesia Católica. Le escribió a Juan Pablo II, a Benedicto XVI y también a Francisco. A los tres les ha explicó su inocencia y reclamó la intervención del estado Vaticano para que obligue al Estado Mexicano a una investigación seria, incluso con la intervención directa de las autoridades católicas de Roma.

El acusado de la muerte del cardenal Posadas Ocampo también buscaba la mediación del cardenal Juan Sandoval Iñiguez, al que le habría explicado –en una reunión privada que sostuvo al inicio del proceso-, sobre la verdad, siempre desde su óptica, sobre la muerte del Cardenal, la que no ha podido explicar ni histórica ni jurídicamente el Estado, y que a 31 años de ocurrida todavía no se sabe quién y por qué mató al Cardenal.

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