Tiempo de llorar In Memoriam al Dr. Aviña

Su periodo -tres años- como presidente marcó un antes y un después: muchos piedadenses murieron por falta de agua potable; él puso en su música el canto del agua y la vida cambió. La Piedad creció por su calidad de vida: agua para el aseo personal, para confeccionar alimentos, para construir

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Por. Marco Antonio Aviña Kick

Hoy se nos heló la sangre al escuchar las palabras que sabíamos llegarían; nuestro padre murió.

Paralizados, confundidos, tristes, inconformes. Todo confusión. Todo dolor: nos llegó -otra vez- el tiempo de llorar.

Crecimos al lado de un hombre incomprendido: un soñador que luchó por transformar la realidad de un pueblo. En sus sueños vio obras inexistentes por imposibles. Los poetas le enseñaron que la Historia debe quedar en piedra para que sea eterna; las aves le regalaron su canto y amó la música. Escribió su partitura para dirigir un pueblo en movimientos intensos y cada vez más grandes.

Su periodo -tres años- como presidente marcó un antes y un después: muchos piedadenses murieron por falta de agua potable; él puso en su música el canto del agua y la vida cambió. La Piedad creció por su calidad de vida: agua para el aseo personal, para confeccionar alimentos, para construir…

Crecimos a la sombra de un hombre visionario: él quería generar un gran ajetreo de comercios e industrias. De negocios que apuntalaran economías domésticas y las familias pudieran vivir con decoro y holgura.

Construyó la obra que cambió la fisonomía urbana y dio la pauta para el desarrollo: la Avenida General Lázaro Cárdenas y gestionó la construcción del Puente Morelos.

Crecimos viendo a un papá luchando por sus convicciones; vimos la inconformidad ante la injusticia y la rebeldía para combatirla desde la política, su gran pasión.

Crecimos junto a un hombre que se juntaba con un gigante y se hablaban y se entendían. Lázaro Cárdenas, el General de América, llegaba, solo, a la puerta de nuestra casa y esperaba a su amigo. Ellos hablaban.

Crecimos viviendo incomprensiones y angustias. Nos dijeron que había que aguantar. Esas incomprensiones eran porque no querían algunos el progreso social. Querían mantener el letargo y falta de oportunidades.

Crecimos junto a un hombre que dedicó su vida a impulsar un cambio social y tomó el camino de la libertad. Vivió lo suficiente para ver al menos el principio de ese anhelado cambio.

Para nosotros, que lo vimos a diario, resultaba absurdo que hubiera alguien oponiéndose a la justicia social. Que simplemente negaran a los pobres la oportunidad de cambiar su condición.

Para nosotros hoy es tiempo de llorar: porque entre la pasión política y la lucha social, siempre tuvimos un padre.

Ahora él alcanza a sus cuatro hermanos. Fue último en partir. Igual alcanza a los otros siete compañeros con los que fundaron la Escuela de Medicina de León de la Universidad de Guanajuato y fueron su primera generación.

Queda la lección de un hombre que marcó a la comunidad donde eligió vivir y la cambió para siempre. ¿Cómo no llorar?

Aviña, no te rajes. Queremos agua, no bulevar.

(Hace un año, hoy, de la desaparición física del doctor Marco Antonio Aviña Martínez. Escribí este texto a unas horas de su deceso).

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